¿Un confinamiento sin internet?

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¿Un confinamiento sin internet?

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Confinamiento: una experiencia ya lejana

Con la experiencia de confinamiento, hemos sido testigos del enorme poder que tienen las redes sociales para animar la esperanza, para mantener la unión de un pueblo en lucha contra un enemigo común, para combatir la depresión, para continuar prácticamente toda la actividad laboral, para expresar solidaridad, reivindicar justicia, y también para sostener la fe. Aunque nos parezca ya lejana, aún podemos recordar la impresión que nos ocasionó aquella imagen del papa Francisco caminando solitario por la plaza de san Pedro contra la tormenta del coronavirus. No podremos olvidar que hubo un tiempo, unos meses, en que tuvimos que seguir la misa solo por Internet, teletrabajar, dar/recibir clases solo online, cuidar a nuestras familias por videoconferencia, mantener todas las reuniones únicamente por Internet, etc. Un tiempo en que Internet (junto a la oración) pareció nuestra salvación al distanciamiento social impuesto, momento en el que por fin, muchos comprendieron
el regalo de Dios que supone Internet para la humanidad.

Nos llegó de modo inesperado y nos tomó desprevenidos. Algunos tuvieron que mendigar seguidores para poder hacer streaming, les cogía sin recorrido. Otros tuvieron que hacer un aprendizaje express de creación de videos, de edición de carteles, etc. La digitalización que había venido imponiéndose desde hace décadas en la sociedad, aterrizó a marchas forzadas en muchos. Las circunstancias obligaban a dejarla entrar en nuestras familias y darle la bienvenida. Otros, los menos, sentimos que por fin se nos comprendía y no dijimos “os lo veníamos diciendo” para no ser antipáticos, pero nos vimos sobrepasados de trabajo intentando ayudar a todos a poner en marcha su migración al mundo digital.

Reflexionemos nuestra experiencia

Ahora nos toca analizar lo vivido, quedarnos con lo bueno aprendido, y discernir cómo queremos continuar. El mundo continúa en cambio constante, a los consagrados de Europa nos pilla con muchos mayores, algunos con miedo, mucho por hacer y pocas manos. Pero la llamada continúa constante: «Id y anunciad la buena noticia a todas las gentes» (Mc. 16,15) y la gente hoy está en las redes más que nunca. El 93% de la población española está en Internet y el 87% de ellos en las redes sociales. Son 25,9 millones de personas, de las cuales muchos, más de los que podemos imaginar, solo conocen de oídas a Jesús y otras ni eso.

La reflexión se impone por la gravedad de la situación. La vida religiosa está llamada a ser profética y no puede permanecer indiferente ante esta realidad. No hay tiempo que perder en excusas. Estamos llamados a dar respuesta a nuestro mundo. Y así como siempre lo hemos hecho a lo largo de la historia, hoy también, como ayer, tenemos que ser el rostro materno de Dios para los miles de miles de personas que, aún sin saberlo, buscan anhelantes un Amor que cure sus heridas y les devuelva la esperanza y la alegría. El reto está servido. No estamos solos a la hora de ofrecer respuestas. Las marcas compiten agresivamente para hacerse con las audiencias. Ellas para enseñarles a poner la felicidad en el consumo, nosotros para contagiarles el único Amor que les dará la felicidad.

Una pastoral digital

Instagram, TikTok, Twitter, YouTube, Facebook, tienen un mundo de posibilidades que ofrecernos para la pastoral digital. Y están ahí gratuitamente. De nuestra reflexión depende qué decidimos hacer con esas posibilidades. Pero en el plan de Dios
necesariamente tenemos que ver también estas redes como lugares de evangelización.

Xiskya Valladares, RP.

 

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